En los años en que las disqueras obtenían jugosas ganancias por las ventas de discos, los altos ejecutivos de los sellos paseaban sobre el globo terráqueo en jets y encendían sus cigarros con billetes. Lo mismo hacían los rockstars privilegiados, que eran una construcción en la que no siempre concurrían talento y gracia. Mucho del brillo glam de los ochenta era sólo eso: maquillaje y vestuario a costos siderales, editoriales completas de revistas, gigantografías, etc.
Hoy, en el fulgor de la era digital, la industria discográfica tradicional rebota entre una idea mala y otra peor, buscando escape a la debacle económica que les cayó encima apenas lanzado el emepetrés y la extendida distribución libre de contenido entre usuarios. Sin poder encontrar una nueva fórmula de fortuna y utilidades inagotables, los ejecutivos de las disqueras empezaron a apagar los billetes encendidos, y, más de alguna banda perdió su trono, al no tener una industria multimillonaria que lo cobijara.
Lo brillante de este momento es que con la caída del disco como una fuente inagotable de dinero, los artistas han dejado de depender de las disqueras, quienes ofrecen cada vez menos “regalías” a sus contratados y han puesto sus esfuerzos en el 'directo, en las giras, en la composición, en la autoproducción; adueñándose de tanto medio como tengan a su alcance para autodifundirse.
En el rock, estos serán años de gloria, pues día a día aparecen nuevas bandas, independientes, liberadas de los estándares discográficos que se ocupaban hasta inicios de los '90, brillando por el trabajo y el talento, dependiendo mucho menos de la difusión oficial y sin detenerse a soñar con el ideal del rockstar en limusinas, sino en obreros cuyo fin último es lograr la difusión de su arte y el reconocimiento por su trabajo.
Para nosotros, cada vez se nos hace más fácil alcanzarlos, tanto a través de la red, como en las múltiples tocatas de toda escala, por todas las ciudades. Están más cerca y más a menudo, los viejos estandartes y las nuevas promesas, cualquier día en cualquier lugar.
La fuerza de esta nueva forma de hacer y difundir la música ha alcanzado tal nivel, que no son pocos los casos de artistas consagrados que han regalado sus trabajos a través de las descargas gratuitas, como lo hizo Radiohead con In Rainbows, o los inicios de Arctic Monkeys ofreciendo su música en streaming a través de MySpace. Otros han encontrado en las redes sociales la posibilidad de interactuar de forma directa con sus seguidores, y hoy es posible leer verdaderas entrevistas de fans, vía Twitter, a tipos como Alex Kapranos (@alkapranos) o Slash (@slash), músicos que han decidido bajarse del trono tradicional del rockstar para estar más cerca de sus fans. Y varios también -como Weezer o Jack White- han ocupado las plataformas audiovisuales como YouTube para desarrollar canales de transmisión directa que permiten el acceso a algunos shows y la viralización de contenido exclusivo donde es posible seguir su trabajo.
Los rockstars de los que les hablaba al principio, hoy desfilan en realities de rehabilitación o de búsqueda de esposa. Los rockeros de verdad, van por la calle, están en salas de ensayo, graban en sus propias computadoras y/o suben sus discos a internet para libre descarga; sean estos artistas reconocidos o anónimos.
Si bien es cierto el concepto de "rockstar" puede prevalecer como una forma de distinguir un artista de escala planetaria de cualquier otro, la mitología en torno a sus estilos de vida, a la idea de la reconversión de talento chorreante en dinero y fama, desapareció, o, al menos, parece ir desapareciendo.
Para mí, la era de la digitalización ha sido el puente de humanización de los rosckstars, y han caído y seguirán cayendo al agua precisamente aquellos que se definieron bajo capas y capas de producción, chapoteando en programas de televisión que nada tienen que ver con el rock (ver el caso de Bret Michaels, por ejemplo).
El valor del trabajo, la creatividad y la honestidad en el rock son los que prevalecerán, y el rock seguirá despojándose del artificio de las superproducciones. Eso espero.
La fuerza de esta nueva forma de hacer y difundir la música ha alcanzado tal nivel, que no son pocos los casos de artistas consagrados que han regalado sus trabajos a través de las descargas gratuitas, como lo hizo Radiohead con In Rainbows, o los inicios de Arctic Monkeys ofreciendo su música en streaming a través de MySpace. Otros han encontrado en las redes sociales la posibilidad de interactuar de forma directa con sus seguidores, y hoy es posible leer verdaderas entrevistas de fans, vía Twitter, a tipos como Alex Kapranos (@alkapranos) o Slash (@slash), músicos que han decidido bajarse del trono tradicional del rockstar para estar más cerca de sus fans. Y varios también -como Weezer o Jack White- han ocupado las plataformas audiovisuales como YouTube para desarrollar canales de transmisión directa que permiten el acceso a algunos shows y la viralización de contenido exclusivo donde es posible seguir su trabajo.
Los rockstars de los que les hablaba al principio, hoy desfilan en realities de rehabilitación o de búsqueda de esposa. Los rockeros de verdad, van por la calle, están en salas de ensayo, graban en sus propias computadoras y/o suben sus discos a internet para libre descarga; sean estos artistas reconocidos o anónimos.
Si bien es cierto el concepto de "rockstar" puede prevalecer como una forma de distinguir un artista de escala planetaria de cualquier otro, la mitología en torno a sus estilos de vida, a la idea de la reconversión de talento chorreante en dinero y fama, desapareció, o, al menos, parece ir desapareciendo.
Para mí, la era de la digitalización ha sido el puente de humanización de los rosckstars, y han caído y seguirán cayendo al agua precisamente aquellos que se definieron bajo capas y capas de producción, chapoteando en programas de televisión que nada tienen que ver con el rock (ver el caso de Bret Michaels, por ejemplo).
El valor del trabajo, la creatividad y la honestidad en el rock son los que prevalecerán, y el rock seguirá despojándose del artificio de las superproducciones. Eso espero.
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