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Sábado en la noche: rock en dictadura


No es difícil tratar de imaginar lo complicado que fue ser músico en plena época de la dictadura chilena (1973-1990). Sin profundizar mucho: como ejemplo para los que osaran a rebelarse, a 4 días iniciado el golpe militar acribillaron a Víctor Jara; nuestros rockeros por excelencia, Los Jaivas, se autoexiliaron en Argentina por temor a retornar al país; la DICAP fue desmantelada y destruida. Así, muchos músicos vieron reprimidas sus carreras bajo un implacable plan de extinguir todo vestigio de cultura. Tras toda esa vorágine de violencia y prohibiciones, se produjeron profundas transformaciones en la vida nocturna de Santiago, el horario estelar para disfrutar de un buen espectáculo.

De las épocas míticas de las peñas folclóricas y de los malones nocturnos capitalino se pasó a una era de menor intensidad y frecuencia de tales prácticas. Todo ello ocurrió en un marco permanente de vigilancia y represión de los lugares y personas que intentaron dar otro talante al período. La apertura y cierre de locales, así como su continuidad como lugares de vida nocturna tuvieron una especial significación durante los años ochenta como rechazo a la dictadura militar.

"Santiago no has querido ser el cerro, y tú nunca has conocido el mar 
¿Cómo estarán ahora tus calles, si te robaron tus noches? 
En mi ciudad murió un día, el sol de primavera a mi ventana me fueron a avisar. 
Anda, toma tu guitarra, tu voz será de todos los que un día tuvieron algo que contar"
Santiago Del Nuevo Extremo – A Mi Ciudad (1981)

El Golpe Militar puso fin a la efervescencia cultural que había en la época de la Unidad Popular, y se estableció, en lo político, un sistema autoritario represivo basado en la doctrina de la seguridad nacional que produjo la detención, muerte, desaparición y exilio de muchos ciudadanos, algunos de ellos poetas, músicos, actores, etc. En este período, también, se asientan las bases de la institucionalidad neo-conservadora y neo-liberalista en nuestro país, las cuales han tenido una explicación pobre e invisibilizada en el terreno socio-cultural para intentar explicar en forma íntima los procesos de cambio vividos por la sociedad en general tras las políticas de ajustes dictatoriales o "políticas de shock", como lo plantea la connotada periodista Naomi Klein.

A partir de un declarado rechazo a las manifestaciones que representaban una amenaza al patrimonio e "identidad nacional", en el que la cultura corporizó una arista visible del "enemigo interno", la reacción contra aquello que recordaba la cultura militante confluyó en la implementación de un arduo artefacto represivo que procuró enfrentar a su adversario en sus múltiples dimensiones. No sólo se arremete contra los cuerpos, sino que combate al otro en sus símbolos, su memoria, sus tradiciones y sus ideas.

Con esto, es menester preguntarse acerca de lo que pasó con el tiempo libre y el esparcimiento de los chilenos y chilenas de esa época, sobre todo de los jóvenes y de los lugares de diversión o encuentro que frecuentaban, y para el desarrollo de este artículo, los lugares donde se impulsó el rock en nuestra capital.

La prohibición de la vida nocturna bajo el régimen de "estado de sitio" y "toque de queda" hizo más profunda la huella de la dictadura en las mentes de los santiaguinos, instalando una percepción de "miedo a la noche" sujeta a los patrones policiales impuestos por la dictadura -como la detención por sospecha y los allanamientos nocturnos- aún cuando se puede fechar la reestructuración de la vida nocturna en la urbe a partir de 1981, con el surgimiento del ‘Rincón de los Canallas’, en calle San Diego.


Fue durante los años 80, que Santiago comienza a generar embriones de diversidad cultural nocturna a partir de lugares semi-escondidos, donde se pueden cultivar estilos de diversión artística, sobre todo musical: desde el Canto Nuevo de las peñas a las tocatas rock en las universidades y las fiestas alternativas en nacientes espacios como el Garage Internacional, El Trolley, el Café del Cerro o la discoteca Blondie. Este es el indicador donde vemos que la vida nocturna no fue aniquilada por el régimen militar, sino, más bien lo que ocurrió, fue la permisión a la existencia de lugares citadinos nocturnos (con claro propósito anti-dictadura), para generar una situación de calma interna, frente a las detenciones, torturas, asesinatos y desapariciones vividas por muchos ciudadanos en el silencio terrorífico de la noche.

Así fue el contexto general dictatorial latinoamericano de la nocturnidad.

La vida nocturna en clave rock se volvió una herramienta indispensable para la dictadura. La Nueva Canción Chilena fue brutalmente perseguida con el propósito de extinguirla. Muchos de sus exponentes fueron exiliados -Inti Illimani, Quilapayún; otros, en tanto, vivían con el constante terror de ser allanados en sus salas de ensayo y detenidos, como fue el caso de los Blops; y otros daban la lucha musicalmente editando discos infiltrando canciones de protesta y crítica social maquilladas con las más hermosas metáforas para burlar la censura que se había convertido en una práctica estatal, siendo Congreso y Santiago Del Nuevo Extremo casos notables. Se persiguió todo lo que sonara a quena y charango.

En tanto, el rock, en frecuencia gringa y sin ningún elemento latinoamericano, no estaba formalmente vinculado con la izquierda. Por eso fue el rock la música que se ponía en los parlantes del los estadios para evitar que se escucharan los gritos de los detenidos torturados. La Secretaría Nacional de la Juventud, brazo juvenil del oficialismo, se dedica a auspiciar a grupos de rock chilenos como una forma de invisibilizar los problemas reales y alienar a la juventud. Está como ejemplo el auspicio de las tocatas dominicales en El Pueblito del Parque O’higgins. Se difunde el rock en inglés porque es una música que no tiene un contenido claro u opositor, y a la vez, se prohíbe cantar en español porque esto sí puede reflejar la cruda realidad, y con ello generar conciencia.

Con esto, se suprime el discurso propio y se impone e instaura la cultura del cover. Muchos grupos, como Tumulto o Arena Movediza tuvieron que tocar canciones de Yes, Led Zeppelin, Black Sabbath o Grand Funk para poder ser permitidos y tocar con tranquilidad. El rock se volvió un elemento funcional a la dictadura -de manera macabra- y al mismo tiempo, un elemento perjudicado por la misma.

El rock chileno tuvo que enfrentar una situación doble muy compleja de la que definitivamente salió perjudicado, ya que llevaba una trayectoria clara y directa hasta ese entonces, pero que luego del Golpe, se congeló. Toda una fuerza creativa se vio totalmente abortada. Los músicos estaban sujetos al toque de queda, no podían circular libremente y estaban obligados a tocar en sus propias poblaciones, a refugiarse en la periferia porque no se podía ir al centro. Una confinación física, incluso: no podían salir de sus casas porque había toque de queda, no podían cantar en español porque era peligroso, no podían tener canciones propias porque eran censurados.Se enajenó todo un público, toda una generación de adolescentes.


Todo ello hasta que el punk, el new wave y el electropop -estilos que aterrizaron en el país juntos y revueltos en los ochentas- comenzaron a transformar los ámbitos juveniles con nuevas agrupaciones y lugares. 1984 es el año en que Los Prisioneros revientan el Café del Cerro, en Ernesto Pinto Lagarrigue #192 (Barrio Bellavista). Por el mismo tiempo, aparecía el Garage Internacional, en Matucana #19 (Barrio Estación), administrado por Jordi Lloret, donde se hicieron masivas tocatas y fiestas anti-dictatoriales y donde nace, tardíamente, el punk chileno de la mano de los Pinochet Boys y Dadá. Se suman el viejo Teatro Carrera (Barrio Centro), donde tocó Florcita Motuda y se bailaba al son de Sumo. En El Trolley, de San Martín #841, tocaron los Fiskales Ad-Hok, Mauricio Redolés y los Electrodomésticos.

Esta andanada de lugares y personajes hizo ver la emergencia de una nueva juventud, menos atada que la de la primera época de la dictadura, que esperaba el plebiscito del 1988 bailando y disfrutando la noche, pero que vio truncos sus sueños de libertad con la asunción de la democracia pactada en marzo de 1990. Con la democracia vino la transición, período donde (supuestamente) se volvía a la libertad, a la no censura, a la fiesta. "El poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". La clandestinidad y amateurismo de finales de los 80 se extingue, y con ello, muchos de estos lugares, dando paso a una época donde la cultura se torna paternalista y de contenido pacificador, y donde la ciudad se dispondrá a ser escenario de sendos conciertos internacionales.

La tesis de que la dictadura consiguió instalar en la mentalidad colectiva de la urbe el terror a la noche como un componente esencial e insustituible de la vida de los santiaguinos, nos permite visualizar la existencia de una ciudad altamente segregada no sólo en el terreno social, como lo había sido en el siglo XX. Con la dictadura, se proyectó también en el campo de la exclusión cultural, que permitió a la oligarquía reemplazar el imaginario mental de la nocturnidad democrática capitalina de los fines de semana de los años '60 y '70 por el ideario televisivo del sábado performántico, extendido y circense, que niega la noche como lugar y espacio de recreación colectivo y popular, limitándolo a una programación virtual de películas, series y programas de conversación y cantos espurios, sin trascendencia ni contenido.

A pesar de esto, surgieron lugares, cuerdas, voces y canciones para realizar subverciones culturales que fueron impulsoras del nuevo sonido musical chileno.

"Dictadura musical
nadie puede para de bailar
la música del General"
Pinochet Boys - La Música del General (1985)

(*) Artículo publicado originalmente el 01.10.2010

Bibliografía:

Ponce, David. 'Prueba de Sonido', Ediciones B, Santiago, 2008.
Ramírez, Juan Carlos. 'Santiago Underground'. Diario La Nación, Santiago, 31.12.2006